26 jul 2008

Las aventuras de los Piratas de la Naturaleza o el hilo de Ariadna de Occidente


A los 28 años de edad, un naturalista sueco llamado Carl Linneo publicó en 1735 un libro titulado Systema Naturae, que contenía un sistema descriptivo destinado a clasificar todas las plantas de la Tierra según las características de sus partes reproductoras. Todas las plantas podían incorporarse a este sistema único de distinciones, incluyendo las que aún eran desconocidas para los europeos.


"En la Botánica el hilo de Ariadna es la Clasificación, sin la cual sólo existe el Caos", dijo Linneo, que revivió al latín para sus nomenclaturas, precisamente porque no era un lenguaje nacional, decisión que contribuyó a la amplia receptividad que tuvo su sistema en toda Europa. Su sueño era que con su método cualquiera que hubiera aprendido el sistema podría ubicar cada planta de cualquier lugar del mundo en la clase y el orden correctos, sino en el género, fuese dicha planta conocida o no por la ciencia.


Las capacidades tecnológicas de Europa se vieron desafiadas por la demanda de mejores medios de preservar, transportar, exhibir y documentar los especímenes; se desarrollaron especializaciones del dibujo artístico como el botánico y el zoológico; los impresores se vieron instados a mejorar la reproducción de las ilustraciones; creció la demanda para que los relojeros inventaran y mantuvieran los instrumentos; se generaron redes de patrocinio que financiaron viajes científicos en expediciones comerciales y puestos coloniales; los jardines botánicos se convirtieron en espectáculos públicos de gran escala, y los naturalistas soñaban con supervisarlos como cuidaban de sus jardines privados.


La sistematización de la naturaleza representó entonces no sólo un discurso europeo acerca de mundos no europeos sino también un discurso urbano sobre mundos no urbanos. Para Linneo, la naturaleza era una inmensa colección de objetos naturales entre los cuales él transitaba como superintendente, pegando etiquetas. Sólo un precursor existió en tan fervorosa tarea: Adán en el Paraíso. Para gran incomodidad de muchos, incluyendo al Papa, finalmente incluyó a las personas en su clasificación de los animales (el rótulo de Homo Sapiens le pertenece). En 1758 estaba dividido en seis variedades: El Hombre Salvaje, mudo y peludo; el Americano, regulado por costumbres; el Europeo, regido por leyes; el Asiático, regido por opiniones; y el Africano, regido por el capricho.


(Extractos y citas de Mary Louise Pratt, "Ojos imperiales, literatura de viajes y transculturación")